domingo, 29 de noviembre de 2009

Adviento

Migueli

Necesitamos un planeta y medio para mantener el nivel de consumo actual


Más o menos, todos sabemos lo que significa vivir por encima de las propias posibilidades. Gastar más de lo que se tiene, no llegar a fin de mes, vivir a crédito... cuando la situación dura mucho, suele terminar en el drama particular. La actual crisis financiera es una demostración de lo que ocurre cuando el mal se extiende a muchos: termina abruptamente el cuento de la lechera y llega el pinchazo de la burbuja.

Ahora, un estudio demuestra que la Humanidad vive, en términos globales, sobre otra gran burbuja, la de los recursos. Si miramos el planeta como si fuera un sólo hogar y a la población mundial como si fuera una simple familia, resulta que estamos viviendo muy por encima de lo que podemos permitirnos. En realidad, nos gastamos al año sueldo y medio. O dicho de otra forma, más o menos al llegar julio ya nos habíamos fundido los recursos que teníamos para todo 2009.

Estas conclusiones se extraen del estudio sobre la huella ecológica mundial presentado ayer por el Global Footprint Network, un think tank con sede en California que realiza valoraciones del consumo de recursos a escala global. Cada año, el Global Footprint Network calcula la llamada huella ecológica de más de 100 países y la de la Humanidad en conjunto. La huella ecológica es un concepto que ha ido ganando presencia como herramienta de análisis ambiental. Se define como la cantidad de tierra productiva y de zonas marinas productivas requeridas para generar los recursos que una población consume y para asimilar los desechos que esa misma población genera.

Consumo y desechos

Según los autores del informe, la Humanidad necesita cada año una cantidad de recursos que para ser producidos de forma sostenible tendrían que proceder de un planeta y medio como el nuestro. El estudio afirma: "Los datos muestran que demandamos recursos naturales y generamos residuos, como el CO2, a un ritmo que es un 44% más rápido de lo que la naturaleza tarda en regenerar y absorber". Dicho de otro modo, la Tierra necesita unos 18 meses para recuperarse del esfuerzo que le exigimos cada año.

Según el Global Footprint Network "las urgentes amenazas a las que nos enfrentamos hoy, como el cambio climático, pero también la pérdida de biodiversidad, la disminución de los bosques, el agotamiento de las pesquerías y la pérdida de recursos hídricos, son síntomas de esta alarmante tendencia" hacia el consumo desmesurado.

Los analistas han trabajado con datos referidos a 2006, por ser el año más cercano del que se tenían cifras concretas y homogéneas para todos los países. Han comprobado que entre 2005 y 2006 la huella ecológica de la humanidad aumentó en torno al 2% debido al crecimiento tanto de la población como del consumo. Este avance va en sintonía con lo ocurrido en la década previa, cuando la huella ecológica creció un 22%.

Lo que los autores señalan es que, al mismo tiempo que crece la presión sobre los ecosistemas, la capacidad que tienen estos para satisfacer nuestras demandas se mantiene igual o, en todo caso, decrece. Algo que resulta fácil de entender: las selvas ya cortadas o las pesquerías agotadas no pueden volver a usarse al año siguiente.

El estudio sana en matices cuando se desciende al nivel de continente o de países. Los cálculos muestran que hay una gran disparidad entre estados. Usando como unidad de medida la hectárea global por persona, es decir, la cantidad de terreno de todo el mundo que necesita cada ciudadano de un país para vivir como vive, se observa que hay algunos que tienen huellas ecológicas de 10 hectáreas per capita y otros que no llegan a una hectárea por cabeza.

Como ejemplo, si toda la Humanidad adquiriera el nivel de consumo de EEUU, harían falta cinco planetas para abastecernos y absorber nuestra contaminación. Pero no es EEUU, sino Emiratos Árabes Unidos el país que copa el ranking de los más gastosos. Y curiosamente, es también uno de los primeros que se ha embarcado en un proyecto nacional para bajarse de ese podio tan poco gratificante. Desde 2007, su Gobierno impulsa un plan de eficiencia y de inversiones millonarias en tecnologías renovables para disminuir su huella ecológica. Ése es, según el Global Footprint Network, el camino que todos deberían seguir.

elmundo.es

«Zona libre de Santa Claus»


La figura comercial de Santa Claus y su asociación a la fiesta cristiana de la Navidad parece tener sus días contados en Alemania.
Así lo recoge Religión Confidencial, que afirma en su web que la Federación de Juventud Católica Alemana (BDKJ) y otras organizaciones germanas han decidido desterrar la idea ficticia que asocia a Santa Claus con las compras compulsivas en el periodo navideño. Para ello han creado la campaña «Zona libre de Santa Claus», cuyo propósito es explicar la verdadera historia de San Nicolás de Bari, –la cual se remonta al siglo III d. C.–, quien ayudó mucho a los niños pobres y cuya persona da origen a la figura de papá Noel.
Cuenta la tradición que el vínculo del santo con los niños nace de una historia que narra que un padre quería casar a sus hijas y no poseía la dote para ello. Nicolás, por entonces sacerdote, se enteró y entregó una bolsa llena de monedas a cada una de ellas. Esto lo hizo entrando por la ventana y depositando cada una de las bolsas en tres calcetines que colgaban sobre la chimenea.
La campaña incluye diversas actividades como concursos, obras de teatro, exposiciones o proyectos solidarios que tienen como objeto ayudar a niños enfermos y desfavorecidos. Contiene también una parte espiritual, ya que está programada una eucaristía para familias y jóvenes el próximo 6 de diciembre, coincidiendo con la fiesta de San Nicolás.

larazon.es

La India: familias sin abuelos, abuelos sin familia.


El concepto de "gran familia", con tres o más generaciones compartiendo techo, siempre ha formado parte de las tradiciones más arraigadas en la India. Pero en la actualidad, con una edad media de menos de 25 años, éste no parece ser un país especialmente amable con los mayores.

Sólo diez de los ochenta millones de indios mayores de sesenta años disfrutan de algún seguro médico, y con una pensión media de unos diez euros mensuales, no es de extrañar que la mitad dependa de sus hijos para subsistir.

Desgraciadamente, no son raros los casos de abandono por parte de jóvenes que emigran al extranjero para buscarse la vida y dejan a sus mayores en alguno de los 4.000 hogares para la tercera edad que hay en la India, pagan durante unos meses la cuota del centro y después se olvidan de ellos para siempre.

"El mundo está para los jóvenes, no culpo a mis hijos por haberme dejado aquí. Pero me dolió que no me lo dijeran. Podría haberme preparado para ese momento en vez de tener que ir comprendiendo poco a poco que ya no me querían con ellos".

El señor Aggarwal es uno de los muchos ancianos que vive en un nuevo hogar desde que su hijo decidió buscar su futuro en el extranjero y olvidar su pasado en la India. "Él era ingeniero pero saltaba de un trabajo mediocre a otro, así que me dijo que pensaba irse a Dubai a probar suerte. Cuando hace dos años sufrí una pulmonía me trajo a este sitio diciéndome que era un hospital y debía quedarme ingresado. Cuando desperté mi segunda mañana aquí y hablé con otros viejos empecé a comprender...", recuerda el señor Aggarwal, de sesenta y cuatro años.

Antiguamente, este tipo de acciones se consideraba una aberración y una deshonra para los hijos. Pero en las grandes ciudades, las exigencias de una vida laboral absorbente o desavenencias conyugales empujan a algunos hijos a tomar una decisión tan drástica como cruel. En Delhi, donde hay cerca de un millón de personas de la tercera edad, el número de delitos cometidos contra estos ciudadanos es cuatro veces mayor que en cualquier otra urbe india. Y una quinta parte de estos delitos se registra en la zona más rica de la ciudad.

Abusos físicos, maltrato psicológico, negación de cuidados médicos y confinamiento forzoso son las agresiones más frecuentes.

Una persona mayor que carezca de recursos económicos y del apoyo de su familia está abocada a vivir el resto de sus días en la indigencia, porque las autoridades indias carecen de instituciones capaces de solucionar un problema cada vez más grave. Se calcula que dentro de cinco años la India será la sociedad con más ancianos del mundo: más de cien millones de personas con más de sesenta años en un país donde la esperanza de vida es de sesenta y cinco años para los hombres y setenta para las mujeres.

Una ley promulgada el año pasado castiga con tres años de prisión y 85 euros al hijo mayor de edad que deje desasistidos a sus padres. Sólo el año pasado, la policía encontró cerca de 800 abuelos abandonados por las calles de Madrás, la cuarta ciudad del país. En todo el país, son miles los abuelos vagabundos que están a punto de enfrentarse al invierno sin nadie que cuide de ellos.

"Es algo que va contra nuestras mejores tradiciones y contra los buenos sentimientos que tiene todo ser humano. Además, los abuelos siempre han desempeñado el papel de la memoria viva y de la voz de la experiencia que es imprescindible para la educación de los niños", asegura el sociólogo Pankaj Srinivasan. Y añade: "Una familia sin abuelos no es una familia completa".

elmundo.es

domingo, 15 de noviembre de 2009

El mundo de la infancia es un pañuelo

Seis meses atravesando fronteras, veinte países, cuatro continentes. Una fotógrafa: Isabel Muñoz. Cinco periodistas, 19 ONG, un centenar de niños retratados. En el 20º aniversario de la Convención sobre los Derechos del Niño, comprobamos que se ha avanzado en el camino, pero que queda mucho todavía por recorrer. Así se hizo.

Una maleta es, además de un misterio, una metáfora del mundo, un elemento perfecto de toda escenografía, un espejo del que la lleva. A la ida, las que transportamos en esta travesía transcontinental de la mano de Unicef a través de 20 países iban repletas de cámaras, unas (incluso aquella pesadísima que se recorrió América entera para hacer una foto submarina); y del peso de la responsabilidad de un proyecto nuevo y abierto, las otras. Muy distinto fue a la vuelta, como veremos. El proyecto Nuestro pequeño mundo, de Unicef y El País Semanal, que se publica en este monográfico, había nacido en un restaurante en Addis Abeba (Etiopía) a finales de septiembre de 2008, tal como recuerda Pablo Guimón, periodista que viajaría luego a Líbano y a India: "La persona de Unicef entonces comentó que en 2009 se celebraba el 20º aniversario de la Convención sobre los Derechos del Niño, que es el mandato que tiene Unicef. Y empezamos a valorar la posibilidad de hacer algo juntos". La idea era mostrar una especie de "estado de la nación infantil", cómo viven los menores justo ahora que se celebra el 20º cumpleaños del documento que recoge sus derechos y que ha sido ratificado por 193 países, llamados "Estados Partes". Dicen en Unicef que, a pesar de los muchos desafíos pendientes, el valor del documento es trascendental: "Ha cambiado el modo en que se considera y trata a la infancia en el mundo. Ha influido en legislaciones, programas, políticas nacionales e internacionales; en las instituciones públicas y privadas, las familias, las comunidades y los individuos, y ha servido de apoyo a importantes progresos en supervivencia, desarrollo, participación...".

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